jueves, noviembre 15, 2007

Cuando el Día Acaba

Augusto Silva era un hombre decidido y siempre se jactó de aquello. Su carácter fuerte le daba una imagen ruda y, a pesar de casi llegar a los 60, aún era vigoroso. Lleno de vida y energía, disfrutaba levantarse un par de horas antes de lo necesario. Siendo dueño de un par de almacenes de barrio, podía darse algunas licencias, como emborracharse a menudo, salir a dar largas caminatas y tomarse un café en el centro de vez en cuando.

Aquel día Augusto Silva escapó de lo habitual. Haciendo caso omiso al machismo enfermizo que su esposa le reprocha días feriados y festivos, Augusto accedió a ir al jardín infantil de su nieta Beatriz a dejar unos materiales. Cartulinas y lápices de colores es lo único que supo diferenciar, lo demás lo sorprendió: no sabía para qué servían, ni desde cuando pedían tantas chucherías -según sus propias palabras-, en el jardín. A pesar de todo, la realidad era algo distinta. Augusto aceptó porque le gustaba la tía Jessica, la hija del Cara e' Peso, el mejor 10 del campeonato del barrio. La diferencia de edad daba para mucho, Augusto podía ser su padre o podía ser su abuelo, y lo tenía claro. Aún así no dejaba oportunidad de verla, sin disimulos. Cuando iba a la cancha a ver su papá o cuando tenía que ir a recogerlo al bar de los triunfos, El Bulín de Fabián. Jessica acostumbraba andar de vestiditos ligeros que con el viento o el vaivén de su caminar dejaba ver sus formas, sus limoncitos tiernos y sus caderas portentosas -como le gustaba sentenciar a Silva-.

Aquella mañana Augusto quiso ser un galán. En las puertas del jardín demostró preocupación por su nieta, creyendo que eso enternecería a Jessica. Logró conversar unos minutos con ella. Sobre su padre, sobre su trabajo, sobre el clima y sobre Beatriz, de la cual normalmente olvida el nombre. Tras diez minutos la situación se volvió insostenible y Augusto decidió marcharse. Con una sonrisa placentera se despidió de Beatriz y con un beso en la mejilla de Jessica. Cruzó el patio con cierta satisfacción. No quería más. Era un hombre casado y, en cierta medida, respetado y responsable. Era feliz con ver ocasionalmente a la chica de sus fantasías. Recordó que su esposa lo esperaba, que debía preparar sus imposiciones y llamar a uno de sus abastecedores para hacer un reclamo.

Avenida Las Rejas y la luz verde comienza a parpadear. Augusto trota hasta el bandejón que separa los autos de la locomoción colectiva. Con descuido sigue su trayecto. La bocina del acelerado bus I-14 comienza a sonar repetitiva. Augusto se sorprende y, como pocas veces en su vida, no supo que hacer. Se detuvo. Por un momento pareció que retrocedería, para luego comenzar a andar nuevamente. La bocina se le acerca. Los frenos no dan a vasto y los pies no son tan ágiles a esa edad. La bocina calla en su cabeza.

El día esta nublado en plena primavera. Corre un viento frío y amenazante. A un par de metros de mi ubicación Augusto Silva está tendido; tendido y formando un círculo de gente a su alrededor. Murmulla palabras indescifrables y su mano tirita buscando otra para sostener. Silva necesita mil plegarias que no llegarán. Jessica corre y busca un celular en su delantal. El chofer apoya sus codos en el volante y tapa su rostro con sus manos temblorosas.

Quedo perplejo unos minutos. Pienso en que estoy retrasado. Decido caminar con pena hasta la Alameda. Emprendo mi partida y vuelvo la mirada. Mientras la vida se le escapa por el costado, Augusto Silva sigue tumbado; y es su nombre el que colorea el asfalto.

(Las Rejas Sur con Los Jazmines, Estación Central. Viernes 9 de Noviembre de 2007. 13.30 hrs.)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

every day is our last
right?

Waterloo dijo...

ewste me re - encanto, pk es tan visual.. y de esos que deja pensando, y yo creo que esas dos cosas son la clave de un buen texto, ver y seguir proyectandolo un buen rato más.

Cuídate mucho si?

Nos vemos pronto. Al menos te vi hace pocos días, y eso me contentó.