lunes, noviembre 06, 2006

Fidelidá

Taciturnos enredos no permitían que llagase por aire a la ventana. El calor sofocaba, la ballena era desollada y el niñito lloraba, como siempre. Podría referirme a lo poco creíble de lo que no contaré y a la extrañeza de las luces que giran sobre mi cabeza. Mejor no.

Decir no sé para mi, es habitual. Pocas veces tengo certezas, mientras me golpeas variados reproches. Que si soy bueno, que si soy tonto, tomando el peso de mis palabras más insignificantes. El cáñamo de mi fidelidad impertérrita hería mi espalda, dejando con lumbago mi dignidá. Lucías, como siempre lucías, adjuntando pretextos en tus bolsillos; posando, estrellándote con narciso, besándote la frente. Tus imanes generan convulsiones errantes, potenciándose en la distancia, no te das cuenta y te ves de pie en los altares. Y si no sé es porque no quiero saber, porque pretendo todos los días cerrar mis ojos, todo el tiempo, todas las veces, todos los almuerzos, todas las voces, todos tus mimos. Y tengo tacitas con jugo para que los niños tomen spring, tengo tacitas con jugo para que los niños tomen spring, porque saben que pusieron puertas para que no pase el tren-kia.

En el comienzo, los animales e insectos caminaban cuando se creo la fidelidá, impuesta como contrato sacro. Pajaritos cantaban espiando las caminatas de greda, como pasaporte. Es decir, viva las vegas, como el esfuerzo de un alma noble para igualarse a otra más grande que ella, según gollete. Todo era oscuridad, pero se aburrieron de ella. Prefirieron insertar en el diccionario SOtristeza, esa palabra que se asocia con lealtad, aunque la lealtad se vea como una estatua. Con el nuevo concepto levantaron los edificios donde hoy se vende comida chatarra, donde se estrellan los aviones por casualidá, donde los accidentes salen de los mapas y los cuervitos hacen sus nidos. Construyeron el mismo mundo, el mismo futuro feliz, en el mismo cielo de la pintura reseca. Cielo ciego que se cae a pedazos, descascarándose porque nada funcionó. Todo fracasado, pero fracaso con letras claras, bien escrito, bien definido, bien usada, sin ironía, con pruebas, con alusiones, con fotos, con equipo forense, nada de confusiones, nada de falsedad, nada de sátira, nada de conceptos ingeniados. La ciudad marchita se engaña, se miente así misma. Le entra un shampú suicida en los ojos y cree que es la única que llora, sintiéndose especial. La fidelidá se me agota.


Tengo unos cuantos pesos, no sé si me alcanzará para una cajita feliz. Así, podría dejar de llorar el vecinito que golpea su mejilla en el suelo magullado, podría morir alegre. (El poder ronald reagan, ¿no?). Eso es bueno, lo de vender felicidad en cajas y no bolsas. Porque esos saquitos de plástico se demoran en morir, y aprovechan de matar-matar como mil koalas en su interminable agonía. Talvez esa sea la maldita causa, y este es el maldito efecto: Nunca he comido una cajita feliz, no sé como sabe ese cartón. Porque por fidelidá nacieron los edificios, y en los edificios venden comida chatarra y cajas con alegría.

Y si soy fiel hasta que duerma, ¿Llegarán cajitas con felicidá para mi?





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2 comentarios:

Anónimo dijo...

No escuchaste el programa de radio, pero como a mi no se me ha acabado la fidelidá igual te posteo. Debo admitir que no lo entendí mucho, como que estaba en clave, pero igual bien. eso, no ando muy creativa. I SEE YOU
Giselita

Anónimo dijo...

Peter, creo ke nunca te había hecho un comentario en tu blog. Justo se me ocurre ahora y entendí muy poko de lo ke escribiste. Talvés soy tonto o no ando muy iluminado ultimamante, pero de algo si toy seguro, tienes ke dejar de decir "no sé" Recuerda, SIEMPRE HE CREIDO EN TI ;)

Ariel...